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miércoles, 21 de marzo de 2007

CRÓNICA AUTOBIOGRÁFICA


De Stefany Carrillo Garcia

Cuando mi papá me llevaba en sus grandes espaldas al primer jardín infantil de mi vida no me imaginaba la magnitud de quedarme sola en un lugar desconocido. Todos los días lloraba, pataleaba, me revolcaba, irrumpía las clases y no me calmaba hasta que aparecía de nuevo en las puertas del colegio, la cara avergonzada y malgeniada de mi papá. Fueron dos meses consecutivos de incansable lloradera hasta que todas las profesoras del jardín decidieron aconsejarle a mis padres que esperaran un año más para matricularme en Kinder, pues no me había podido adaptar a la vida estudiantil.

Pasado el año, mis padres sin falta me llevaron al colegio “Anexo al INEM” donde después de haber pintado una piña gigante me llegué a adaptar. La profesora Adela siempre nos amenazaba con la enorme férula del salón, “si no se portan bien, entonces...” y agitaba seguidamente lo que para mi era un palo gordo y pesado. Sin embargo, ese objeto que para muchos de mis compañeros fue un símbolo de castigo, para mi fue el inicio de lo que posiblemente era la escritura. Mi gran estatura, mi silencio y mi poca rebeldía eran los requisitos perfectos para ser escogida, todos los días, como la ayudante para hacer los renglones en el tablero. Observaba atentamente los trazos impecables de la profesora quien nos repetía sin cansancio a-e-i-o-u y un sin número de planas con palitos, círculos y demás figuras que aseguraba “soltaban la mano”.

El señor Augusto, mi padre, me leía cuentos todas las tardes desde muy pequeña. Soñé conocer el “Hombrecito vestido de gris”, imaginé esconderme del “zorro Martín” y dormí pensando estar en los brazos de “mamá Luna”. Las primeras experiencias con la lectura fueron gracias a mi curiosidad de examinar hoja por hoja los libros de guía que solicitaban los colegios. Me gustaba observar los dibujos y leer las palabras alrededor de ellas. En mi soledad me gustaba encerrarme en mi cuarto y recortar los cuentos, fábulas y poemas que me deleitaban y lo mejor, era pegarlos en mi cama para soñar con ellos, aún hoy los tengo, no en las condiciones deseables, pues mi madre cuando se dio cuenta, trató de quitarlos pero le fue imposible.

Cuando comencé la secundaria, me di cuenta de mi gusto por las humanidades; añoré el teatro, las danzas, los talleres de poesía, el periódico escolar, entre otros más. Me gustaba mi colegio, siempre pensé que un mejor lugar no podía encontrar. La biblioteca siempre fue un lugar especial, me parecía curioso que dentro de ella estuviera la capilla, quizá era una forma para meternos en la religión mientras leíamos, aún no lo sé. Actualmente escucho decir a mis compañeros que en el bachillerato nunca leyeron buenos libros, sino puros best-seller. En mi caso no fue así, desde sexto hasta undécimo leí libros clásicos como Maria de Jorge Isaac, Cien años de Soledad de Gabo,, Manuela de Benito Pérez, el extranjero de Camus y un sin número de cuentos de Julio Cortazar, Juan Rulfo y Tomás carrasquilla entre muchas otras obras. Aunque sólo eran cuatro horas semanales de español y literatura siempre nos colocaban a leer textos en la casa. Era la tarea.

Hoy más que nunca, pienso que es obtuso pensar que si no soy buen lector es por culpa del colegio. Más bien es por culpa de la falta de interés. El interés no se logra por que la institución le ofrezca la oportunidad de conocerlo sino por que la distracción va más allá, a cosas superfluas e ignorantes.

2 comentarios:

papanatas dijo...

Lo único que puedo decir de tu Crónica es que te envidio por tener un padre tan cariñoso contigo y buen lector. Seguro que esto te ha servido mucho en tu proceso de aprendizaje, y en tu vida. Buen escrito pero si lo pules más quedará muy muy bueno.

Septimus Warren Smith dijo...

Muy buen artículo autobiográfico. La verdad es que causa un poco de envidia el iniciarse en la buena lectura a lo largo de los años escolares. No todos corremos con esa suerte. Tiene razón en lo de la falta de interés. Si uno no siente ese placer, por más que insistan los profes, las cosas simplemente no salen bien.

Tiene un buen estilo al escribir.